martes, 4 de septiembre de 2012

Nuestro sol


Este sol era tuyo y mío: lo compartíamos.

¿Quién sufre tras la tela dorada? ¿Quién está muriendo?

Una mujer gritaba golpeando su pecho seco: “Cobardes

me robaron mis hijos y los despedazaron, vosotros los matasteis

mientras mirabais al atardecer con extraños gestos las luciérnagas

abstraídos en un ciego pensamiento.”

La sangre se secaba en la mano que un árbol verdecía

un combatiente se quedó dormido apretando la lanza que le iluminaba el costado.

El sol era nuestro, nada veíamos tras el bordado de oro

después llegaron los mensajeros extenuados sucios

balbuceando sílabas incomprensibles

veinte días con sus noches sobre la tierra estéril y con espinos

veinte días con sus noches sintiendo el vientre ensangrentado de los caballos

y ni un momento se detuvieron a beber el agua de la lluvia.

Les dijiste que descansaran antes y hablasen después, la luz te había cegado.

Murieron mientras decían: “No tenemos tiempo” tocando algún rayo de sol;

olvidabas que nadie puede descansar. 


Una mujer gritaba: “Cobardes” como el perro por la noche

sería hermosa en otros tiempos como tú

con la boca húmeda, las venas bajo la piel

con el amor.


Este sol era nuestro; lo guardaste sólo para ti no quisiste seguirme

y aprendí entonces lo que se oculta tras el oro y la seda;

no tenemos tiempo. Tenían razón los mensajeros.






Yorgos Seferis. Ed. Júcar, 1988. Traducción: José Antonio Moreno Jurado.

Imagen: Gustav Klimt. El beso, 1908.

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