lunes, 19 de noviembre de 2012

Testamento de Durruti


¿Qué bala te cortó el paso
-maldición de aquella hora-,
atardecer  de noviembre,
camino de la Victoria?
Las sierras de Guadarrama
cortaban de luz y sombra
un horizonte mojado
de agua turbia y sangre heroica.
Y a tus espaldas, Madrid,
el ojo atento a tu bota,
mordido por los incendios,
con jadeos de leona,
tus pasos iba midiendo
prietos el puño y la boca.
¡Atardecer de noviembre,
negro borrón de la historia!
Buenaventura Durruti,
¿quién conoció otra congoja
más amarga que tu muerte
sobre la tierra española?
¡Acaso estabas soñando
las calles de Zaragoza
y el agua espesa del Ebro
caminos de laurel-rosa,
cuando el grito de Madrid
cortó tu sueño en mal hora!
Gigante de las montañas
donde tallabas tu gloria,
hasta Castilla desnuda
bajaste como una tromba
para raer de las tierras
pardas la negra carroña.
¡Y detrás de ti, en alud,
tu gente , como tu sombra! 

Hasta los cielos de Iberia
te dispararon las bocas.
El aire agitó tu nombre
entre banderas de gloria
-tu nombre, grito de guerra
y dura canción de forja-.
Y una tarde de noviembre,
mojada de sangre heroica,
en cenizas de crepúsculo
caía tu vida rota.
Sólo hablaste estas palabras,
al filo ya de tu hora:
“Unidad y firmeza, amigos;
para vencer hay de sobra!” 

Durruti, hermano Durruti,
jamás se vio otra congoja
más amarga que tu muerte
sobre la tierra española.
Rostros curtidos del cierzo
quiebran su durez de roca,
como tallos quebradizos
hasta la tierra se doblan
hércules de firme acero.
¡Hombres de hierro sollozan!
Tambores fúnebres baten
apisonando la fosa.
¡Durruti ha muerto, soldados;
que nadie mengüe su obra! 

Se buscan manos tendidas,
los odios se desmoronan,
y en las trincheras profundas
cuajan realidades hondas,
porque a la faz de la muerte
los imposibles se agotan.
Aquí está mi diestra, hermano.
Calma tu sed en mi boca,
Mezcla tu sangre a la mía
y tu aliento a mi voz ronca,
Durruti bajo la tierra
en esto espera su honra.
Rugen los pechos hermanos,
las armas al aire chocan;
sobre las rudas cabezas
sólo una enseña tremola.
¡Durruti ha muerto! ¡Malhaya
aquél que mengüe su obra! 


Lucía Sánchez Saornil. CNT, nº 553, 25 de febrero de 1937

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