sábado, 5 de octubre de 2013

La corte de los milagros



Entre tricornios y fusiles, cuerdas de proletarios sospechosos de anarquismo acezaban por todas las carreteras de España: En los páramos y soledades camperas se atribulan con el presentimiento de la muerte: Sus ojos, quemados del sol y del polvo, tienen lumbre de rencores: Aletea su pensamiento en una noche de recelos y penas: Caminan esposados, taciturnos: Cargan escuetos hatillos sobre los hombros, y con miradas de través acechan las dañinas intenciones de los tricornios. Nunca se les autoriza para descansar en poblado: Frecuentemente son conducidos fuera del camino real por tajos de rastrojeras, sendas de olivar y negros pinares de silencio, con huellas de lobos y raposos. Entre luces salen a la vista de algún remoto villorrio de los que todavía tienen cárcel con cadena, cepo para borrachos y blasfemos, y en la plaza el rollo labrado por toscos y barrocos cinceles. En torno del campanario aletean vencejos y murciélagos. Dan un humo azul los tejados. Una guitarra llora penas. El nocturno morado del cielo solemniza las voces y las sombras. Los tricornios se contraseñan en silencio, inician un despliegue sobre los flancos, retroceden de espalda con los fusiles prevenidos, ganan distancia, hacen fuego. Un guardia lleva el parte al villorrio. El alcalde lo convida a unas copas. El secretario, en la misma mesa, moja la pluma en el tintero de asta. Redacta entre dientes: Viéndose esta fuerza agredida por un grupo que intentaba facilitar la fuga de los presos...
El monterilla bebe con el guardia:
—Y menos mal que por esta vez los habéis caído cerca del pueblo.



Ramón del Valle-Inclán. La corte de los milagros. Espasa – Calpe, 2007.
Imagen: Recuento de muertos en Casas Viejas, 1933.

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