miércoles, 5 de noviembre de 2014

El profeta de oro



                          A Mariana Izquierdo

                        y Pedro Majadas


El opulento rico, a la sombra del canto

de un duro, se hizo sabio.

                                               Ascendió

a la montaña de su magisterio

y habló a los desgraciados con voz misericorde.

“Esta mañana

estuve en el “Central” y en el de “Crédito”;

me tomé altura en sus cajas de caudales;

y un director me dijo que os hacía falta

un crédito de pena, y aquí os traigo

las lágrimas. Llorad, hijos, llorad.

Que no se rompa el pecho de silencio.

Y si lo deseáis

(porque a veces las almas tienen caprichos tontos)

permito, incluso, que me desatéis

los cordones de mis zapatos.

                                                           Pero llorad;

porque esa al fin es la más importante

razón del pobre”.

                                   Y todos, al momento,

prorrumpieron en una desdicha acongojante.

Lloraron por sus muertos,

por los hijos desnudos,

por los presentes y por los ausentes.

Y el millonario, con palabras de oro

les prometió la gloria eterna,

a Pedro, a Juan, y al otro más extraño

que, al no tener vestido, tenía su pudor

como un iluso en este pobre mundo.


“A todos, hijos míos,

el bienestar os profetizo. Y sabed

que cuando hablo, mi palabra tiene

asiento en muchos Bancos”.

                                                           Y todos

los benditos de Dios, movieron la cabeza

con fiel asentimiento,

mientras el último tributo de sus lágrimas

cayó de nuevo entre las suaves manos

del hombre de oro que las llevaría

a otras aldeas, con otros engaños,

para que las sorbieran otros pobres más pobres.




Gaspar Moisés Gómez. Sinfonías concretas. Diputación de León, 1970.

Imagen: J. P. Morgan golpeando a un fotógrafo con su bastón.

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